Memoria: "El Perú oficial no considera a los achuar parte de su mapa ni de su entraña", opina periodista César Hildebrandt

PUINAMUDT, 25/06/2015.-En su columna habitual del diario La Primera hace algunos años (octubre de 2006), el reconocido periodista César Hildebrandt no escatimó pluma y espada para denunciar las atrocidades que cometía Pluspetrol en sus operaciones petroleras en el Lote 1AB y la permisividad del Estado frente a ello.
En aquella época se desarrollaban intensas protestas de las comunidades achuares del Corrientes, exigiendo atenciones ambientales que preserven sus territorios y medidas urgentes para estudios y atención a la salud, entre otros. Aquel levantamiento achuar derivó en la consecución de la histórica Acta de Dorissa.
La reciente campaña de limpieza de imagen iniciada por Pluspetrol, en medio de sus desastres ambientales y estrategias contra la normativa nacional ambiental, esta columna viene como anillo al dedo. Por otra parte, al Estado no le viene mal recordar su largo historial permisividad y abandono.
RÍOS DE TINTA Y SANGRE, por César Hildebrandt.

Pluspetrol no odia al río Corrientes. No lo odia pero le echa bario, cadmio, plomo, benceno, mercurio, arsénico, todo revuelto en una cazuela de aguas de formación que están a 80 grados centígrados de temperatura y que, en vez de ser reinyectadas como mandan los estándares internacionales, son lanzadas al río a un promedio de un millón trescientos mil galones por día.
Es decir, todos los días y a toda hora las sentinas inmundas de Pluspetrol chorrean su carga sobre las aguas que daban de comer a ocho mil indios de la etnia achuar.
Esas aguas, examinadas por las autoridades de Osinerg y de Digesa, arrojan resultados que las hacen imbebibles y tóxicas para los tercos peces que las respiran.
Esos peces, que los achuar se ven obligados a comer, son el pasaporte del plomo, bario y cadmio que, en cifras anormales, registran los hemogramas de los nativos.
Y ahora Pluspetrol, que hace aquí lo que Kirchner no le permitiría hacer en Argentina, dice que no la dejan trabajar y el señor García –oh padre, entre otras criaturas, de la socialdemocracia con sabor a nada– añade que hay oenegés que están haciendo arder la zona donde Pluspetrol extrae petróleo “y que no parecen representar los intereses del Perú”.
Vaya. Es evidente que el Perú oficial no considera a los achuar parte de su mapa ni de su entraña. Pero resulta claro, también, que los achuar siguen creyendo que el Perú es su país y que habrá de protegerlos como un padre hace con sus hijos, por más lejos que estén.
Por eso protestan los achuar desde hace cuarenta años. Porque lo que hace hoy Pluspetrol lo hicieron Petroperú y Occidental, sus antecesoras en los lotes B y 1AB de la región Loreto, en las proximidades de la frontera con Ecuador.
La producción actual de Pluspetrol es de 50,000 barriles diarios de crudo semipesado, cifra importante dado el precio actual de los hidrocarburos, pero no más importante que la vida de toda una etnia envenenada durante cuarenta años.
¿Cuánto vale una vida achuar? Para el Estado, vitalicio cómplice de las petroleras, muy poco. Tan poco que, a pesar de las evidencias reactualizadas por los análisis de sangre realizados este año, el Ministerio de Energía y Minas ha logrado “arrancarle” a la empresa argentina la promesa de que para el 2009 –sí, el 2009– habrá en la zona una planta de reinyección de las aguas de formación.
Y esto que el primer acuerdo entre el gobierno y Pluspetrol fue que para el 2009 sólo el 15% del caldo contaminante iba a ser tratado y que el 85% restante continuaría yendo al río Corrientes. Sólo el coraje de los achuar logró torcerle el brazo a la empresa.
Hace unos días el diario oficial El Peruano publicó, como acuerdos formales, una serie de entendimientos que los achuar no reconocieron como los que se firmaron en un acta suscrita entre sus dirigentes y los ministros de Salud y Energía y Minas.
En esos acuerdos se hablaba de una inversión de once millones de soles –sin cronograma ni precisiones– para mejoras medioambientales que no se especificaban. Era una burla más, la enésima de estos largos años de indiferencia.   Así que los achuares tomaron, con Andrés Chambi Huarín a la cabeza, las instalaciones. Lo hicieron sin disparar ni flechas ni tiros.
Fue entonces que Pluspetrol movilizó a su tropa mediática: el propio ministro de Energía, el inamovible César Sarasara, presidente de la Confederación de Nacionalidades de la Amazonía Peruana (CONAP) y dirigentes surtidos de la infiltradísima Federación de Pueblos Indígenas del Bajo Corrientes, que, sin embargo, tuvieron que admitir que el grado de contaminación del río era inadmisible.
Esta última lanzó al día siguiente de la visita de sus dirigentes al campamento de Pluspetrol un comunicado en el que acusaba al líder correntino Andrés Chambi y a las ONG Racimos de Ungurahui, Alianza del Clima y WWF “de incitar a las comunidades a rechazar la inversión privada en el país”.
A esta prédica se sumó de inmediato el presidente Alan García, convertido por un instante en portavoz de Pluspetrol y de sus intereses.
Los achuar están hartos de morirse lentamente. Están hasta la coronilla de esa cosa que se llama gobierno y que está lejos y de esa cosa que se llama Pluspetrol y que está cerca y de esos ministros que vienen y se van con cámaras de TV y reporteras que a veces se compadecen y les dan 30 segundos para que giman en el noticiero de la noche.
Están hartos de que la civilización que los desprecia sea un torrente de mierda hidrocarbonífera que va a la vena del río que era su vida y que el Estado que los declaró inexistentes llegue siempre en helicóptero y con guardaespaldas. Ellos eran –no lo olvidemos– los amos natatorios de ese paraíso.
Diario La Primera, 21/10/2006